Metes unos sándwiches en la mochila y sales de casa contento porque por fin vas a conocer Sunset Boulevard, Venice Beach y el muelle de Santa Mónica, esperas unos escasos cinco minutos en la parada del autobús, subes, vas a sacar los setentaicinco centavos que cuesta el trayecto con una sonrisa de orgullo por lo barato que te va a salir el moverte de un lugar a otro y, cuando todo parece perfecto y vas a pagar: Sandra Bullock. Miedo y asco. Casi preferiría hacer el trayecto con diez terroristas armados con bombas antes que sufrir a la Bullock como conductora de autobús o, para el caso, en cualquier otra circunstancia. Pero por suerte, no hay peligro. Al parecer se trataba de otro de los mitos de la ciudad. Las conductoras de la Big Blue, y son en su mayoría mujeres, por suerte no se parecen en nada a la actriz que las interpretaba en la película.
Lo mismo se puede decir del resto: aquí nada es como en las películas. En realidad, la gente, las calles, los paisajes, todo, es similar a la arquitectura típica estadounidense de edificios bajos. De lejos uno ve sus ampulosas fachadas que se elevan hasta la altura de un segundo piso, rematadas por un tejado de vistosas formas. Con un gran rótulo se anuncia en el tejado el nombre del local con la promesa de un reparador masaje por cuarentaicinco dólares, o la perfección en forma de uñas esculpidas, o las mejores hamburguesas del sur de California, pero cuando uno se acerca a estos rótulos, comprueba que detrás de ellos no hay nada, que el tejado no es tal, sino una estructura falsa montada sobre la fachada, tapando así el vacío que deja un inexistente segundo piso y disimulando la rectangular forma del edificio, que no es más que un bloque plano de hormigón armado.
Así es también Hollywood Boulevard: una fachada sobre un vacío. Lo primero que llama la atención del Paseo de las Estrellas es su estrechez y la cantidad de nombres de actores, directores y cantantes hoy ya olvidados, cuyas estrellas se mezclan entre las de Garbo, Marilyn o Marlene, como si estuvieran pidiendo a gritos que el viandante les haga extensible su recuerdo. Pero no hay que ser injusto con el bulevar. Algún rastro queda de aquellos tiempos en que la extravagancia de sus locos propietarios se traducía en belleza (aunque fuera una belleza kitsch un tanto megalómana). Allí está el teatro Graumann para atestiguarlo, o sobre todo, las recargada verticalidad del cine El Capitán. Hoy, en cambio, la locura de los actuales habitantes de Hollywood es cualquier cosa menos bella. A menos de doscientos metros a un lado y a otro de ambos cines se levanta la sede mundial de la Cienciología y el museo L. Ron Hubbard, el escritor de novelas pulp que fundó dicho club social.
Qué apropiado. ¿En dónde si no en Los Ángeles o en la fantasía de un escritor pulp demente podrían anunciar un predicador callejero la llegada de Nuestro Salvador mientras Freddie Krueger estrecha la mano al viandante?

Tras ver cosas como ésta, nada resulta ya extraño.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=0ihD8H9WZUo
Si resucita y te lo encuentras, ¡FOTO! ;P
Ja, ja, ja... cuando empezaron los primeros acordes de la canción creí que iba a decir "First I was afraid, I was crucified"!
ResponderEliminarLe buscaré por Venice Beach, y no creo que sea dificil encontrarle. Un 40% de la gente que ronda por allí se parece a él.